
ANDREA CARREÑO
Cronograma
12 Julio - 16 Agosto, 2025






Espacios Múltiples por Cesar Gabler
En las colinas de Tívoli, la Villa Adriana parece la ruina de un lejano país imaginario. Su creador, el emperador Adriano, gobernó Roma entre los años 117 y 138 d.C. Amante del arte griego, viajero incansable y arquitecto de su propio refugio, Adriano ordenó levantar esta ciudad- jardín como síntesis del Imperio: termas, palacios, bibliotecas, estanques; un pequeño universo animado por el recuerdo de Antínoo, su fallecido amante griego, presente en esculturas idealizadas y en sus ubicuos reflejos acuáticos. El placer, la evocación del pasado y la fantasía se multiplicaban en lo que hoy nos parecería una curiosa mezcla de spa de lujo y parque temático.
Esta Villa está presente en la exhibición. No es el motivo central, pero tres obras recrean —en el particular lenguaje de Andrea Carreño— la impresión que le dejó una visita reciente al lugar. Pinturas, dibujos y collages se construyen como sueños arquitectónicos modelados con la prolijidad de un orfebre. ¿Su inspiración? La melancolía de los viajes, las residencias y las despedidas. Pero lo que el emperador y sus técnicos, obreros y artesanos prodigaron en diez años y miles de metros cuadrados, Carreño lo condensa en la superficie limitada —a veces mínima— de sus imágenes, como un acto de magia espacial que logra contener mundos enteros. Casi siempre interiores. Casi siempre imaginarias, sus piezas se deleitan en el acto de expandir las superficies disponibles. Divide para ampliar, parece su consigna. Los planos entonces se cortan hacia arriba, hacia abajo o hacia los lados y ofrecen panoramas cerrados o rincones iluminados con el dibujo geométrico de una puerta o ventana abierta.
Los escenarios pintados por la artista combinan lo onírico y lo escenográfico casi en partes iguales. Sin embargo, ambos extremos de esa ecuación están administrados con sutileza. No son fantasías desbordadas como las del surrealismo más ortodoxo, ni escenas de teatralidad exagerada. Al contrario, en su discurso visual predomina la contención, el silencio, la elipsis. Si sus perspectivas se extreman a veces, rompiendo la continuidad visual entre una estancia y otra, no caen —sin embargo— en el expresionismo tortuoso de un Murnau en El gabinete del Dr. Caligari. Lejos de la pesadilla, el suyo es un mundo de ensoñaciones en el que las formas pueden disolverse o, por el contrario, emerger apenas insinuadas, como en un estado inicial: manchas o trazos de lápiz que aguardan a la espera del color.
Y es que la artista conjuga a su manera una particular poética del espacio. Muebles, muros, cornisas, objetos, estructuran un discurso que puede tener tintes psicológicos o sociales, pero casi siempre poéticos, en torno a una identidad —la de sus eventuales moradores— que el espectador está invitado a reconstruir. Carreño actúa como una directora de arte, distribuyendo en cada set los elementos que dotarán a cada lugar de la personalidad que quiere infundirle. Pueden estar teñidos por la geografía cultural —no en vano ha vivido largas temporadas en Francia e Italia—. También pueden, quizás como consecuencia de lo anterior, estar empapados de una historia densa, acumulada por siglos en entornos que sedimentan lentamente relatos. Unas historias cuyo peso e intensidad —de una u otra forma— padecen los personajes invisibles que habitan casi todas las obras de la artista. Hay entonces psicología, memoria cultural y, vuelvo a insistir, imaginación. Las esculturas —cabezas, figuras de cuerpo entero— que decoran los ambientes recreados por la artista, parecen dotadas de vida. Parecen sorprendidas en un diálogo insinuado por el pincel de la autora. Pero es eso, una insinuación: no son objetos parlantes como los de los mitos o cuentos infantiles, sino presencias veladas y fantasmales que sugieren una vida latente, proyectada sobre espacios que parecen reclamar, en cada milímetro, existencia espiritual. No son simples lugares delicadamente pintados. Son sujetos con vida propia.
Esa teatralidad melancólica, incluso existencial, que caracteriza sus piezas —sin importar el formato ni la técnica— la emparenta con artistas como De Chirico o Hopper, cuyo principal atributo narrativo está en el desarrollo de escenarios que parecen prefigurar un drama, una tragedia, una tormenta. Carreño no tiñe en cambio sus historias con esa clase de pesimismo. Las suyas parecen estampas más cargadas de evocación —y quizá de romance— que de drama. Y si este último aparece, puede ser el drama de la ausencia, de las despedidas, de los adioses. Ella los administra casi siempre con una paleta en la que abundan los colores apastelados, y de tanto en tanto, algunos tonos ácidos que añaden la necesaria cuota agridulce que debe tener el color y la vida.
Cesar Gabler

Niebla II, 2025
Acrílico, carbon y grafito sobre tela
120 x 170 cm

Salón Rosa, 2025
Acrílico, carbón y grafito sobre tela
130 x 150 cm

Sobre la alfombra, 2025
Acrílico, carbón y grafito sobre tela
120 x 170 cm

Sin título, 2024
Pastel sobre papel
58 x 47 cm

Villa Adriana, 2025
Acrílico, carbón y grafito sobre tela
120 x 170 cm
ANDREA CARREÑO
Cronograma
12 Julio - 16 Agosto, 2025






Espacios Múltiples por Cesar Gabler
En las colinas de Tívoli, la Villa Adriana parece la ruina de un lejano país imaginario. Su creador, el emperador Adriano, gobernó Roma entre los años 117 y 138 d.C. Amante del arte griego, viajero incansable y arquitecto de su propio refugio, Adriano ordenó levantar esta ciudad- jardín como síntesis del Imperio: termas, palacios, bibliotecas, estanques; un pequeño universo animado por el recuerdo de Antínoo, su fallecido amante griego, presente en esculturas idealizadas y en sus ubicuos reflejos acuáticos. El placer, la evocación del pasado y la fantasía se multiplicaban en lo que hoy nos parecería una curiosa mezcla de spa de lujo y parque temático.
Esta Villa está presente en la exhibición. No es el motivo central, pero tres obras recrean —en el particular lenguaje de Andrea Carreño— la impresión que le dejó una visita reciente al lugar. Pinturas, dibujos y collages se construyen como sueños arquitectónicos modelados con la prolijidad de un orfebre. ¿Su inspiración? La melancolía de los viajes, las residencias y las despedidas. Pero lo que el emperador y sus técnicos, obreros y artesanos prodigaron en diez años y miles de metros cuadrados, Carreño lo condensa en la superficie limitada —a veces mínima— de sus imágenes, como un acto de magia espacial que logra contener mundos enteros. Casi siempre interiores. Casi siempre imaginarias, sus piezas se deleitan en el acto de expandir las superficies disponibles. Divide para ampliar, parece su consigna. Los planos entonces se cortan hacia arriba, hacia abajo o hacia los lados y ofrecen panoramas cerrados o rincones iluminados con el dibujo geométrico de una puerta o ventana abierta.
Los escenarios pintados por la artista combinan lo onírico y lo escenográfico casi en partes iguales. Sin embargo, ambos extremos de esa ecuación están administrados con sutileza. No son fantasías desbordadas como las del surrealismo más ortodoxo, ni escenas de teatralidad exagerada. Al contrario, en su discurso visual predomina la contención, el silencio, la elipsis. Si sus perspectivas se extreman a veces, rompiendo la continuidad visual entre una estancia y otra, no caen —sin embargo— en el expresionismo tortuoso de un Murnau en El gabinete del Dr. Caligari. Lejos de la pesadilla, el suyo es un mundo de ensoñaciones en el que las formas pueden disolverse o, por el contrario, emerger apenas insinuadas, como en un estado inicial: manchas o trazos de lápiz que aguardan a la espera del color.
Y es que la artista conjuga a su manera una particular poética del espacio. Muebles, muros, cornisas, objetos, estructuran un discurso que puede tener tintes psicológicos o sociales, pero casi siempre poéticos, en torno a una identidad —la de sus eventuales moradores— que el espectador está invitado a reconstruir. Carreño actúa como una directora de arte, distribuyendo en cada set los elementos que dotarán a cada lugar de la personalidad que quiere infundirle. Pueden estar teñidos por la geografía cultural —no en vano ha vivido largas temporadas en Francia e Italia—. También pueden, quizás como consecuencia de lo anterior, estar empapados de una historia densa, acumulada por siglos en entornos que sedimentan lentamente relatos. Unas historias cuyo peso e intensidad —de una u otra forma— padecen los personajes invisibles que habitan casi todas las obras de la artista. Hay entonces psicología, memoria cultural y, vuelvo a insistir, imaginación. Las esculturas —cabezas, figuras de cuerpo entero— que decoran los ambientes recreados por la artista, parecen dotadas de vida. Parecen sorprendidas en un diálogo insinuado por el pincel de la autora. Pero es eso, una insinuación: no son objetos parlantes como los de los mitos o cuentos infantiles, sino presencias veladas y fantasmales que sugieren una vida latente, proyectada sobre espacios que parecen reclamar, en cada milímetro, existencia espiritual. No son simples lugares delicadamente pintados. Son sujetos con vida propia.
Esa teatralidad melancólica, incluso existencial, que caracteriza sus piezas —sin importar el formato ni la técnica— la emparenta con artistas como De Chirico o Hopper, cuyo principal atributo narrativo está en el desarrollo de escenarios que parecen prefigurar un drama, una tragedia, una tormenta. Carreño no tiñe en cambio sus historias con esa clase de pesimismo. Las suyas parecen estampas más cargadas de evocación —y quizá de romance— que de drama. Y si este último aparece, puede ser el drama de la ausencia, de las despedidas, de los adioses. Ella los administra casi siempre con una paleta en la que abundan los colores apastelados, y de tanto en tanto, algunos tonos ácidos que añaden la necesaria cuota agridulce que debe tener el color y la vida.
Cesar Gabler

Niebla II, 2025
Acrílico, carbon y grafito sobre tela
120 x 170 cm

Salón Rosa, 2025
Acrílico, carbón y grafito sobre tela
130 x 150 cm

Sobre la alfombra, 2025
Acrílico, carbón y grafito sobre tela
120 x 170 cm

Sin título, 2024
Pastel sobre papel
58 x 47 cm

Villa Adriana, 2025
Acrílico, carbón y grafito sobre tela
120 x 170 cm
Lunes a Viernes
10:00 – 14:00 / 16:00 – 19:30
Sábados
11:00 – 14:00
Lunes a Viernes
10:00 – 14:00 / 16:00 – 19:30
Sábados
11:00 – 14:00